2013/10/02

Un origen de la palabra A-mor


El denso bosque tornó aún más hermoso cuando el viajero reconoció que estaba perdido. Suspiró de cansancio y desparramó su bolso macizo, rebosante de libros y artilugios, sobre un vistoso árbol caído, envuelto por enredaderas y flores ilusorias. Bajo un paisaje de ensueño, el hombre se acurrucó hasta quedar dormido.
Hubo calma en su espíritu hasta que, tras un ardor beligerante, sintió cómo una espina de aquel árbol, a la vista inofensivo, hería su pecho. Extenuado por la impresión, aterrizó ya sin fuerzas en el pasto boca arriba mientras la sangre teñía todo a su alrededor.
De repente, el viajero distinguió entre borroneos una figura agraciada y curvilínea. Una mano fría y pequeña acarició su frente, una voz firme y alegre le pidió que respirase hondo. Tras una pausa, el pecho le ardió hasta que sus entrañas no sintieron más el estorbo de la astilla traicionera.
Era tal el alivio en aquel hombre que se incorporó sin esfuerzo. Fue entonces que apreció con detenimiento la belleza de aquel ensueño de mujer con rostro espléndido y sutil encanto. Ella, aliviada por su bienestar, le reveló:
—Tenías en el pecho una espina del Árbol de la Muerte, el más venenoso del lugar y al que fuiste a dormir.
—Es que perdí mi rumbo, estaba cansado y sólo… ¿Cómo es que te llamas? —cambió de tema, obnubilado por la fémina compañía.
—Soy hija de este bosque —susurró extrañada—, no poseo nombre.
—Entonces —meditó un instante—, en agradecimiento, te dotaré de uno para así recordarte —indicó mientras revolvía papeles de su bolso—. Te llamé A-mor. Que A evoque el latino sin; y Mor contraiga Mortem, Muerte: A-mor como ausencia de Muerte —reparó tras ademanes—. Así diré en todos lados que A-mor salvó mi vida.
—Pues, en marcha. Ve por aquello que has venido a buscar y, al regreso, invoca nuestra historia —cerró la esbelta divinidad con un fuerte abrazo, porque ella también habría de emprender su camino, hasta perderse en la inmensidad de aquel formidable bosque.





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