El denso bosque tornó aún más
hermoso cuando el viajero reconoció que estaba perdido. Suspiró de cansancio y desparramó
su bolso macizo, rebosante de libros y artilugios, sobre un vistoso árbol
caído, envuelto por enredaderas y flores ilusorias. Bajo un paisaje de ensueño,
el hombre se acurrucó hasta quedar dormido.
Hubo calma en su espíritu hasta
que, tras un ardor beligerante, sintió cómo una espina de aquel árbol, a la
vista inofensivo, hería su pecho. Extenuado por la impresión, aterrizó ya sin
fuerzas en el pasto boca arriba mientras la sangre teñía todo a su alrededor.
De repente, el viajero distinguió
entre borroneos una figura agraciada y curvilínea. Una mano fría y pequeña
acarició su frente, una voz firme y alegre le pidió que respirase hondo. Tras
una pausa, el pecho le ardió hasta que sus entrañas no sintieron más el estorbo
de la astilla traicionera.
Era tal el alivio en aquel hombre
que se incorporó sin esfuerzo. Fue entonces que apreció con detenimiento la belleza
de aquel ensueño de mujer con rostro espléndido y sutil encanto. Ella, aliviada
por su bienestar, le reveló:
—Tenías en el pecho una espina
del Árbol de la Muerte, el más venenoso del lugar y al que fuiste a dormir.
—Es que perdí mi rumbo, estaba
cansado y sólo… ¿Cómo es que te llamas? —cambió de tema, obnubilado por la fémina
compañía.
—Soy hija de este bosque —susurró
extrañada—, no poseo nombre.
—Entonces —meditó un instante—, en
agradecimiento, te dotaré de uno para así recordarte —indicó mientras revolvía papeles
de su bolso—. Te llamé A-mor. Que A evoque el latino sin; y Mor contraiga Mortem, Muerte: A-mor como ausencia de Muerte —reparó tras
ademanes—. Así diré en todos lados que A-mor
salvó mi vida.
—Pues, en marcha. Ve por aquello que
has venido a buscar y, al regreso, invoca nuestra historia —cerró la esbelta divinidad
con un fuerte abrazo, porque ella también habría de emprender su camino, hasta
perderse en la inmensidad de aquel formidable bosque.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario