Estará bien que así sea; las caras largas atrás, a enmarañar
el alboroto de la avenida indiferente. Ahora, que la tarde sobre el cielo prende
foquitos mientras echa nubes con afán de ahogar la pira redondeada, lo
inevitable sabe a paz.
Será entonces cuando se fundan los sollozos; un arrorró conmovedor
hará al río bravo romper un lugar entre sus olas. Y es que tras esa orilla
habrán de apagarse los bostezos de mi alma, todavía deslumbrada por lo
inevitable.
Hoy, que los fantasmas se escurren como sábanas porque pasó
la hora de temerles, suspiro el último cansancio. Debe llegarse aquí con el
corazón hecho ceniza de tanto arder y buscar los confines de una tierra que
nunca habrá de desnudarse por completo. De ese misterio también está hecha la
despedida: agridulce porque no habrá camino de retorno, pero sí empapada por el
milagro de todo lo sucedido. Ahora que no hay cuerpo, acaricio geografías de
querencia en el recuerdo de quienes ahora sonríen un adiós.
Entonces, las manos que me despidan le darán vuelo a esa urna
hasta regar las aguas y un poco desafiar al brusco olvido. Como ante una cama
abierta, aquello que quede de mí tras arder una vida, al fin habrá de descansar
arrumado bajo las cálidas sábanas del Río de la Plata.
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