2015/05/27

Carniza Galván

                           El boliche estaba a tope. El Carniza Galván tomaba ginebra con los muchachos y de tanto en tanto los embocaba con un chinchón. En la mesita ratona, iluminada con un foquito a punto de palmar, se carteaban cómplices. El Carniza hizo fondo blanco. Se levantó y puso cara melosa. Del pasillo oscuro apareció envuelto en tules el curverío fatal de la morocha, la fija del Carniza. 
                —Qué lindo estás hoy —susurró ella con desparpajo felino mientras caminaba a su encuentro—. Te pusiste pintón para que te corran los botones.
               
 —¿La policía? Esos otarios jamás me van a agarrar.
               
 —Así se cultiva la estampa.
               
 —La facha está en ganarle a los muchachos un par de manos a las cartas. Hay que recordarles quién es el más macho acá.
               
 —Vos sos el ganador del barrio, del mundo —engatusaba ella mientras hacía masajes en los hombros rudos del matón.
               
 —Ustedes, las minas, son todas iguales, carajo. A cuántos le dirás lo mismo.
               
 La morocha entrecerró los ojos, relajó los labios y se arrojó a los brazos del Carniza al grito eufórico:
               
 —Siempre que venís al boliche estás prolijo, hecho un malevo matador. Yo después cuento, te hago la fama de toro bravo.
               
 —Por eso vengo de punta en blanco con vos, papusa. Porque sos jetona y botoneás en todo el barrio. Las minas, cuando paso, se les hace agua ahí donde no llega el sol. Lo huelo.
               
 —Bueno, Carniza, estás con la boca ancha hoy. Vamos a ver si en la cancha seguís así.
               
 Ella lo tomó suave del brazo y lo condujo con gracia y esperpento hasta una de las habitaciones. El trance fue ruidoso; todos en el piringundín siguieron el encuentro como un picado de domingo en la radio.
               
 Luego, silencio.
         Los dos prendieron un pucho. Mientras se lo pasaban, la morocha se le acurrucó y le dio besos en el cuello. Galván acariciaba su espalda.
               
 —Vos sí que sabés tratar a las minas, Carniza. Ya vas a encontrar a la que te prenda y te deje abrochado para siempre.
                Él fumaba con la vista perdida. Dio la última pitada, se levantó, entró a vestirse cabizbajo y salió. Ella miró su partida con deleite y un dejo de no sé qué.
     El malevo caminó pensativo por la cortada con adoquines y faroles. Fue por la calle con el pecho inflado y los brazos ligeros. Miró a los costados, se mordió los labios y volvió a escudriñar su entorno. Confirmó que estaba bien solo y entonces dobló por un pasaje oscuro.
         Caminó a paso firme hasta quedar ante un auto con sirenas que tenía la puerta abierta. Se acomodó en el asiento trasero.
                Tardaste, le susurró una voz temblorosa. Qué querés, la rutina. Siempre lo mismo vos. Me tengo que hacer la fama, después las chusmas de barrio hablan. Claro, claro, toda esa facha bruta y arrabalera que te gusta a vos. Dejate de embromar, dame un beso, te extrañé. Esperá, esperá, estamos hablando, le corrió las manos al malevo. No entrés con los berretines. Te hago meter en cana, le contestó ofendido. Dale, botón, que vos la única forma de prenderme que tenés es ésta.
               
 No volvió a oírse perorata alguna. El auto se meció hasta bien entrado el amanecer. 

2 comentarios:

Ningun Records dijo...

naaahhh.. jaja tremendo

Juan Castro dijo...

jajaja estos malevos ya no son lo que eran (?)