2014/01/30

"A veces, el silencio es la peor mentira."

—¿Escuchás algo? 
—Dale, no seas boludo —objetó Bruno, a pesar del cansancio y la angustia.
Pablo hizo un gesto resignado; suspiró y escondió sus verdes ojos juveniles entre ojeras. Entornó una puerta del montón y estuvo adentro un buen rato. Bruno esperó cruzado de brazos. Se irritó al escuchar el revoltijo. A la vuelta, se sentaron. Tenían que esperar.
Las máquinas chirriaban apacibles, el tufo acariciaba sus narices brillosas. Pablo se abanicaba con las historias clínicas, pero ansiaba usarlas para otra cosa. 
—¿Nada? —se impacientó ante el gesto negativo y tosco de Bruno—. Seguro terminó la marcha o la conciliación obligatoria. Seguro viene el cambio de turno de nuestra guardia, capás está por llegar algún paciente. Algo.
—Callate, dale.
La escalera que subía a planta baja titilaba con los plafones sucios. Las puteadas en los carteles ya amarillentos, pegados a lo largo del pasillo, se perdían al horizonte; justo donde los dos médicos se encogían de hombros. Pestañaban, bostezaban, esta vez no había nada que diagnosticar.
                —¿Hace mucho estamos, no? —cambió el tono Bruno.
                —Vamos, seguro el paro terminó —se abanicó por última vez.

El eco de sus pasos se hizo profundo. Eso sí, tuvieron que patear un poco el ingreso principal, alguien había clavado unas maderas atrás del cartel “Se alquila”.

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