2013/08/23

Disney no las piensa solteras



Temprano Cenicienta perdió el zapato. La primera cerveza apenas entibiaba los dos vasos en aquel bar con gritos destilados y repiques de pool cuando la Sirenita renga disipó su vértigo por el mar. La Bella Durmiente se rindió de prepo, un beso plebeyo y vagabundo le sonrió sin lujos ni coronas. Estaba decidido: caminar la noche árida como el desierto de Aladino, enrojecer los cachetes al igual que una pálida Anastasia hasta dar con el primer castillito de naipes que asomara por ahí.

Un pasillo al fondo, un par de abrigos derrapados en el suelo y ya la princesa se aventuraba tensa de pasión. Por un rato, los malos fueron bobos y feos, prontos a caer; lo bueno pareció un destino inevitable y cada mimo le reforzó esa esperanza.

Después, el nidito se hizo calabaza y ambos regresaron envueltos en misterio una, dos, cien cuadras. Él la vio como Mulán atendiendo el súper chino, Rapunzel de flequillo y carré, Blancanieves rompiendo espejos. Sin entender, un adiós lo dejó en punto final; ella tenía resto, todavía no había colorín colorado.

Subió elegante la escalera de mármol hasta crujir con sus pasos la madera del PH desgarrado que tosía parvo calor de hogar. La lucecita en la habitación le dio el impulso. Agarró el viejo libro sobre la estantería y encaró como si fuera a una gala real. Amontonadas las frases, los príncipes y princesas salieron bellos y heroicos de su dulce voz hasta entrecerrarle los ojos a su niño, quien se despidió con un hasta mañana casi entre sueños. Y para ella eso sí fue un final feliz. 

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