Oscar Harosteguy de chico sintió que la cima del mundo estaba
a lomo de caballo, en plena pampa. Aquel vasquito hizo sus manos fuertes con
los trabajos camperos. Entendió que era grande cuando el bigote le cuadraba
armónico a sus primeras arrugas y la tez tostada por los soles largos. Al caer
la tarde y los jornales, se enredó en las chinas y esas cosas del folclore.
Del primer casamiento nacieron su hijo policía fletero y la
nena Miss Valeria Massa. Tras un divorcio vía Uruguay, llegó la vida con Cristina,
la china que aún en estos días le tiene paciencia. El vasco armó nido nuevo entre
las hectáreas del patrón de turno y crió a su tercera hija a la sombra de un
molino. Cuando no arriaba caballos o explotaba en rabietas de campo, se daba
los buenos gustos como el vino rico, el churrasco grasoso y tierno, los zapatos
lustrados, los puchos fuertes.
Con los años se volvió un centauro de baja cilindrada, un
renegado de medianera; siempre áspero, a veces campechano, a veces estanciero
cruel. Dejó el verde pampeano por el patio trasero de la suegra, a unas cuadras
del centro mercedino. Levantó una casa propia con chiches modernos. Cambió los
caballos del patrón por arreglar motos de vecinos. El sol citadino le voló el
pelo, pero se tapó con una boina negra y siguió sin más.
Después largó el tallercito y las dos ruedas para vigilar el
paso del tren carguero. En el mientras tanto le diagnosticaron un cáncer, pero,
tosco como es, no dio importancia. Cuando lo echaron de la vía, a sus
sesentaytantos, la idea de estar quieto, inactivo, larva, le disparó el viejo
diagnóstico. Aunque la enfermedad descuidada le anidó fuerte, quedó atado a
esta vida con una mecha corta de intestino sano. La familia luego lo arrió hasta
la puerta de rayos y quimio, a pesar de los toreos y puteadas vascas.
Hoy, el universo que lo rodea conspira para que su palabra
aún truene como eco de caudillo bravo. Una noche como tantas, en la sobremesa
de pollo hervido cuenta chistes de Landriscina. Dice que él y Perón son lo más
grande. Lo miran nietos, yernos, cuñados, sobrinos. Aunque haya cuentas
pendientes, cosas no dichas, la calma de tenerlo con vida alimenta la risa
cómplice. De día, perros y gatos de su reino respetan su voluntad. No dormir
adentro, no robarse la cena, jamás torearlo. La naturaleza aún se doblega, o
así lo actúa, ante su furor. Esa es ahora su nueva cima del mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario