Disfrutenlón.
Un gato en carnaval: Prieto baila verde
Va por los techos tras el eco vago de un tambor que enerva
la avenida. Se mueve entre cables, bordes y pérgolas de esquina. De pronto, sus
dos lunas doradas, astros vagabundos en un cielo azabache de cuatro patas,
vuelcan reojos sobre la plaza del pueblo, ahora llena de levitas y banderas verdes.
Engargolado y felino escudriña a una murguerita inquieta de ojos tristes y
maquillaje corrido.
La joven baila enérgica hasta el último redoble, hasta que la
comparsa se desarma abrigada a la sombra de una calle lateral, con el horizonte
en forma de trenes y estación. De ese techo arratonado en humedad la figurita
negra salta agraciada al encuentro. Primero un susto, luego ojos colosales y después
alegría inesperada. Así la chica recibe al felino y lo funde en un abrazo urgente.
—¿Dónde
estuviste todo este tiempo? Con lo que te busqué apenas te rajaste de casa. Creí
que no te veía nunca más. Menos mal me equivoqué.
El gato se acurruca y ella lo mece. Recuperan ese calorcito
perdido. Ni regaños, ni cosas raras. No hay tiempo, es la última noche. Al alba,
el traqueteo de vagones la apartará del pueblo, su historia y ese olorcito
felino, testigo de noches en vela al pensar un mañana inquieto entre fauces
urbanas.
—Hacé
que siga bailando en mi pueblo —susurra llorosa mientras con unos hilos de su
levita le trenza un collarcito verde—. Chau, Prieto. Así de lindo y murguero te
voy a recordar —se deja abrazar por el último maullidito, que la abriga antes
de encarar el frío de lo incierto.
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