2014/01/19

Pesadilla

A José León las pupilas le giraron en calesita ante aquel espectáculo. Estaba prendido a la televisión con la trasnochada película del loco de buzo rojinegro cuando un telón oscuro revolvió la escena: el cuarto arratonado de pensión viró en un circo desquiciado y tenue con sensaciones, colores chillones y alaridos intensos.
Encima, una fuerza insospechada usaba su columna de camino peatonal cuesta abajo. Primero la cabeza, luego la nuca y después la panza se le comprimieron en medio de un andar que avanzaba firme.
Más se movía León, más se hundía en un mar de viscosa abstracción. Trataba de gritar y su voz chapoteaba olas que cambiaban la gama fluorescente de su alrededor. La situación demencial engordaba con el miedo que le borboteaba.
Sin salida, atinó a esperar que la aplanadora terminara de recorrerle toda la silueta. Entre rugidos bonsái, sintió que la presión sobre los tobillos cesaba, iba ahora más abajo. Entonces, a José León las pupilas le volvieron a girar en calesita; esta vez, por un ardor intenso que viajó de contramano y le revolvió todas las neuronas a la vez.
Abrió los ojos, tomó aire y se vio despertar otra vez en el cuartucho. El delirio, que sólo estaba en su mente, había cesado. La pesadilla se había pinchado como un globo cuando las garras filosas buscaron atención de su amo.
Al lado de las gotitas bordó de su pie, el gato caminador maulló otra vez, como si ya no supiera qué más hacer para ver su tazón lleno, ese plástico hueco al lado de la televisión. León se levantó mientras rumiaba la idea de que su mascota, en desquite por la panza vacía, le había jugado a ser Freddy Krueger.


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