—Dale,
no seas pelotuda, no pasa nada — le recriminaba Pocho a los tanteos, escalera
abajo.
—Pero
nabo, este sótano de mierda está helado —balbuceó Jimena de brazos cruzados
cerca de su oído para no alborotar.
—Vos
estás cagada. Pasa eso —la despeinó sarcástico—. Por el frío no calentés, ahí
traigo la estufa que usa mi viejo cuando no está cuidando la puerta del
edificio. Eso sí, siempre trata de no hacer mucho barullo para no joder al
ayudante nazi moribundo que se trajo de la calle; igual cuenta que es macanudo,
hasta cuida los bichos de la cuadra; el truco está en que no lo veas de frente,
más que nada por su as-pec-to —sugirió con ademanes horribles.
—Aspect…
sos un forro, te juro que la próxima pago un telo y hasta la muerte voy a
echártelo en cara, ¡boludo! —susurró con el ceño fruncido, pero él se había
perdido tras un pasillo oscuro rodeado de escobas y baldes de pintura vacíos—.
Bueno, chabona, calmate un toque —se descruzó de brazos y empezó a dar vueltas
en círculos, cada vez más frenética—. Al pedo todo —bufó luego apoyada contra
el marco de una puerta cuando escuchó un ruido—. ¿Sos vos Pocho? Tarado, no
jodás, que… no estoy cagada como vos decís… pero tampoco da que te pongas en
gil —ondeó un reproche como pudo mientras caminaba la penumbra—. ¡Pero mirá!
—soltó un chistido y se acuclilló al instante.— ¡Qué gatito negro más bonito! ¿Gatito,
no? —lo levantó y miró en el claroscuro—. Sí, machito ¿qué hacés acá, en este
lugar tan de mierda? ¿Vos también te trajiste una gatita para fifar? ¡Qué
atorrante, eh! —bromeó mientras le acariciaba la cabeza, ahora que lo tenía
entre brazos; entonces, sintió un tintineo que le venía del pecho—. ¿Y esta
campanita?, ¿Quién te la dio? ¿El viejo del infradotado de mi novio? Nunca me
hablaron de vos, qué raro. A ver, seguro tiene tu nombre —y acercó la mirada al
collar que tenía el felino—. ¿Y acá qué mierda dice? —entrecerró los ojos hasta
darse por vencida—. ¡Ay, puta madre!, ¿no estará escrito este en lengua alema… —y
abrió enormes los ojos al sentir un crujido y notar un reflejo que se hacía más
grande, por lo que inconsciente soltó—. Pocho, ¡Vení ya! —entonces el gato
disparó hacia la negrura sin echar la vista atrás.
—¡Bajá
el tono, paspada! Se va a enterar todo el edificio. Era yo el del bochinche,
¿quién iba a ser? —apuró el paso mientras llevaba una linterna, una botella de
sidra y dos vasos de plástico.
—Vení para
acá y dejá esa botella de mierda—lo zarandeó—. Me debés cien pesos; ¡cientos
cincuenta!, porque sos un pelotudo, aparte, el taxi lo pagás vos —y lo llevó
escaleras arriba con prisa atlética.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario