2013/10/24

Abollado por los años

 “Aguantame un toque, ya vengo y me contás”, le susurró al oído Jordana, mientras dejaba caer su largo flequillo sobre el hombro de Marino, quien le robó un beso, le corrió el pelo sobre la frente para luego entrever su retirada. Al instante, se desinfló cruzado de brazos y bajó un cambio, distraído con la silueta urbana de la tarde borgoña pintada en la ventana de aquel bar frente a la plaza del barrio.
Todavía repicaba el estruendito que hacían los tacos de su novia, desafiando incluso el farfullo de la cafetera endemoniada sobre el mostrador, cuando el extraño apareció de quién sabe dónde. Un hombre abollado por los años, cansina la mueca, nevada la sien y con mirada cenicienta, no ocultó urgencia y zambulló su maletín de cuero negro sobre la mesa.
—Esto es orgullo puro, señor Marino Suviella —cotorreó sarcástico como si retomara una inexistente charla anterior.
—No entiendo —se exasperó el joven.
—Esta es la prueba que no lo va a llevar al éxito —zarandeó el hombre unos papeles que a los ojos de Marino se hicieron familiares.
—Mi currículum, los porfolios que mandé a… ¿cómo los tenés vos?
—Fácil: esta es la última entrevista para definir si será el nuevo… —sobreactuó una pausa sostenida con ademanes— gerente de cuentas en el Banco Suizo ¡Qué orgullo! ¡Qué entrega hasta las últimas consecuencias por ser un profesional!
Marino rumiaba dudas y ganas de embocar al fulano, pero ciertas dudas y un aire de familiaridad lo frenaban. El viejo bajó la guardia y la ironía, con eso el joven abrió los ojos: una conjetura lo llevó de instinto a indagar:
                —Es una boludez lo que voy a decir…
                —Ves algo familiar en mí —dejó lo formal y se puso en tono fraterno.
—Iba a decir lo mis… —se sorprendió, a la vez que una incomodidad lo sacudió de golpe.
                —Marino, si te conozco no es por tu CV: sé qué hay en cada rincón de tus pensamientos. La razón es simple, te vas a dar cuenta —sonrió cómplice—. Como nadie, estoy al tanto de las vueltas que diste para esto, lo que te preparaste; cómo esa noche en que tenías que enviar tus datos y Jordana te esperó hasta cualquier hora porque iban a cenar por su cumpleaños. La plantaste y diste cualquier excusa torpe que a regañadientes ella creyó —y ahí sí disfrutó la sorpresa del joven— ¿A esta altura te tengo que decir cómo sé eso?
El muchacho al fin dio el brazo a torcer, se relajó y abrió los oídos a lo que venía.
—Nos… te vas a cagar la vida, todo al pedo. Decí no y el mundo a seguir andando; incluso vos —susurró el viejo.
El joven entrecerró los ojos para descartar un sueño o pesadilla y luego notó benevolencia en su interlocutor; al fin, asintió como exorcizando un miedo guardado bajo siete llaves.
“Todo por hoy”, se desinfló cruzado de brazos el viejo. Luego tomó su maletín y se perdió entre la muchedumbre. Quedó Marino ensimismado frente a una ventana que acunaba un retazo de noche oscura.
Jordana estaba de vuelta, así se oía de a chasquidos. La muchacha surcó en paralelo al viejo, que sonreía cabizbajo mientras hablaba solo:
—Qué joda el futuro: te inventás una máquina del tiempo, la vendés barata como electrodoméstico; te cagás en las consecuencias históricas; no me quiero imaginar la cantidad de arrepentidos que están en la misma que yo ahora. Bue, que se cague la historia, a disfrutar… —y el instinto lo llevó a posar su mirada en el gesto sorprendido de la joven.
El hombre se encogió de hombros y sonrió tímido, como si un dolor hermoso le caminara la espalda. “Lo bueno de todo esto… es que nunca ahora vas a tener que pronunciar ante mí… ante él “esto no es lo que queríamos para nuestras vidas”; de alguna forma, mal y tarde, cumplí. Adiós”, se despidió sin siquiera saborear el reencuentro.
Ella relativizó el percance, no pasó de un delirio borracho de tercera edad. Aparte, ansiaba escuchar de boca de su novio buenas nuevas laborales, motivo del encuentro en aquel bar.
                —Ya volví —introdujo mientras acomodaba la silla chueca dejada por el canoso—. Ahora, contame, ¿en qué quedó la entrevista de laburo? ¿dejaste de caminar por las paredes? —bromeó hasta ver que no había respuesta del ensimismado joven— ¿Pasó algo? Estás raro, como ese viejo ese de mierda que me crucé que no sé qué me dijo —remendó el tono pero lo enmudeció más.
—Jor —murmuró—, al final, sí, de alguna forma, me llamaron. Y no, no era para mí.
La joven abrió los ojos como dos soles en mediodía, quiso salpicar un poco de cordura ante el rechazo que hacía su novio a “la oportunidad de la vida”, como la ansió él en el último tiempo, pero Marino arremetió:
                —Imaginá que un día te levantás después de un montón de años de no hacer lo que te gusta con una presión que ya no soportás por algo que dejó de tener sentido hace mucho; consciente de que lo que importa está ahí afuera y se aleja para siempre convencida de que “esto no es lo que queríamos para nuestras vidas”. Bueno, eso se me ofreció en la última entrevista. Lo mandé a cagar.  

Jordana sintió comprender. Relojeó el pasillo, esperanzada de ubicar al canoso y atar cabos, pero Marino la abrazó, como redimido de una cagada que estuvo a punto de mandarse. 

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