“Aguantame un toque,
ya vengo y me contás”, le susurró al oído Jordana, mientras dejaba caer su largo
flequillo sobre el hombro de Marino, quien le robó un beso, le corrió el pelo
sobre la frente para luego entrever su retirada. Al instante, se desinfló
cruzado de brazos y bajó un cambio, distraído con la silueta urbana de la tarde
borgoña pintada en la ventana de aquel bar frente a la plaza del barrio.
Todavía repicaba el estruendito que hacían los tacos de su
novia, desafiando incluso el farfullo de la cafetera endemoniada sobre el
mostrador, cuando el extraño apareció de quién sabe dónde. Un hombre abollado
por los años, cansina la mueca, nevada la sien y con mirada cenicienta, no ocultó
urgencia y zambulló su maletín de cuero negro sobre la mesa.
—Esto es orgullo puro, señor
Marino Suviella —cotorreó sarcástico como si retomara una inexistente charla
anterior.
—No entiendo —se exasperó el
joven.
—Esta es la prueba que no lo va a
llevar al éxito —zarandeó el hombre unos papeles que a los ojos de Marino se
hicieron familiares.
—Mi currículum, los porfolios que
mandé a… ¿cómo los tenés vos?
—Fácil: esta es la última entrevista
para definir si será el nuevo… —sobreactuó una pausa sostenida con ademanes—
gerente de cuentas en el Banco Suizo ¡Qué orgullo! ¡Qué entrega hasta las
últimas consecuencias por ser un profesional!
Marino rumiaba dudas y ganas de embocar al fulano, pero ciertas
dudas y un aire de familiaridad lo frenaban. El viejo bajó la guardia y la
ironía, con eso el joven abrió los ojos: una conjetura lo llevó de instinto a
indagar:
—Es una
boludez lo que voy a decir…
—Ves
algo familiar en mí —dejó lo formal y se puso en tono fraterno.
—Iba a decir lo mis… —se
sorprendió, a la vez que una incomodidad lo sacudió de golpe.
—Marino,
si te conozco no es por tu CV: sé qué hay en cada rincón de tus pensamientos.
La razón es simple, te vas a dar cuenta —sonrió cómplice—. Como nadie, estoy al
tanto de las vueltas que diste para esto, lo que te preparaste; cómo esa noche en
que tenías que enviar tus datos y Jordana te esperó hasta cualquier hora porque
iban a cenar por su cumpleaños. La plantaste y diste cualquier excusa torpe que
a regañadientes ella creyó —y ahí sí disfrutó la sorpresa del joven— ¿A esta
altura te tengo que decir cómo sé eso?
El muchacho al fin dio el brazo a torcer, se relajó y abrió
los oídos a lo que venía.
—Nos… te vas a cagar la vida,
todo al pedo. Decí no y el mundo a seguir andando; incluso vos —susurró el
viejo.
El joven entrecerró los ojos para descartar un sueño o
pesadilla y luego notó benevolencia en su interlocutor; al fin, asintió como
exorcizando un miedo guardado bajo siete llaves.
“Todo por hoy”, se desinfló cruzado de brazos el viejo.
Luego tomó su maletín y se perdió entre la muchedumbre. Quedó Marino
ensimismado frente a una ventana que acunaba un retazo de noche oscura.
Jordana estaba de vuelta, así se oía de a chasquidos. La
muchacha surcó en paralelo al viejo, que sonreía cabizbajo mientras hablaba
solo:
—Qué joda el futuro: te inventás
una máquina del tiempo, la vendés barata como electrodoméstico; te cagás en las
consecuencias históricas; no me quiero imaginar la cantidad de arrepentidos que
están en la misma que yo ahora. Bue, que se cague la historia, a disfrutar… —y
el instinto lo llevó a posar su mirada en el gesto sorprendido de la joven.
El hombre se encogió de hombros y sonrió tímido, como si un
dolor hermoso le caminara la espalda. “Lo bueno de todo esto… es que nunca
ahora vas a tener que pronunciar ante mí… ante él “esto no es lo que queríamos
para nuestras vidas”; de alguna forma, mal y tarde, cumplí. Adiós”, se despidió
sin siquiera saborear el reencuentro.
Ella relativizó el percance, no pasó de un delirio borracho de
tercera edad. Aparte, ansiaba escuchar de boca de su novio buenas nuevas
laborales, motivo del encuentro en aquel bar.
—Ya
volví —introdujo mientras acomodaba la silla chueca dejada por el canoso—.
Ahora, contame, ¿en qué quedó la entrevista de laburo? ¿dejaste de caminar por
las paredes? —bromeó hasta ver que no había respuesta del ensimismado joven—
¿Pasó algo? Estás raro, como ese viejo ese de mierda que me crucé que no sé qué
me dijo —remendó el tono pero lo enmudeció más.
—Jor —murmuró—, al final, sí, de alguna forma, me llamaron.
Y no, no era para mí.
La joven abrió los ojos como dos soles en mediodía, quiso
salpicar un poco de cordura ante el rechazo que hacía su novio a “la
oportunidad de la vida”, como la ansió él en el último tiempo, pero Marino
arremetió:
—Imaginá
que un día te levantás después de un montón de años de no hacer lo que te gusta
con una presión que ya no soportás por algo que dejó de tener sentido hace
mucho; consciente de que lo que importa está ahí afuera y se aleja para siempre
convencida de que “esto no es lo que queríamos para nuestras vidas”. Bueno, eso
se me ofreció en la última entrevista. Lo mandé a cagar.
Jordana sintió comprender. Relojeó el pasillo, esperanzada
de ubicar al canoso y atar cabos, pero Marino la abrazó, como redimido de una
cagada que estuvo a punto de mandarse.
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