Sus consejos tenían gusto a tónico. Marcos venía esa
noche con el piripipí del que viajó mucho a loma de tranvías y colectivos
rapsposos al otro lado del planeta; sonaba más a refriegue que a placer. Incluso
empalagaba carisma de saco roto, en busca de un cobre moral, con un asunto
entre manos que le escatimaba a los de la mesa.
Después de un rato, a un par ya nos resbalaba tal o cual
historia de ponjas, rusos y sofisticados. Otros, en cambio, le relojeaban la manga,
que empinaba ida y vuelta copas y platitos; encima la gira por Europa estaba a
medio contar.
Mientras, Laura, bufaba; Eliana andaba de remanso porque le
dio un parate a la oreja. Entonces, Jorge y Franco apuraron la cuenta a
manotazos. No quedaban dudas: el viajador había sulfatado la noche.
Y de postre, se les tiró a muerto.
Así, tras kilómetros de blablar en gala de trotamundos, derrapó
como ratita agazapada al pie de su madriguera de chamuyos mientras zarandeaba la
billetera vacía y boca abajo. Entonces, para remendar, Marcos se
puso farmacéutico y nos dopó a todos con sus explicaciones.
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